sábado, 30 de abril de 2016

Programa Doble: Civil War: Capitán América vs. El candidato del miedo


Seguimos con nuestros programas dobles y en esta ocasión vamos a hablar de la peli de moda y de una que pasó a la historia como la más oscura historia sobre la paranoia. Comenzamos con la viejita:

El candidato del miedo (The Manchurian Candidate)
E.U., 1962.
Dirección: John Frankenheimer.
Guion: George Axelrod, basado en la novela homónima de Richard Condon.
Fotografía: Lionel Lindon.
Intérpretes: Frank Sinatra, Laurence Harvey, Janet Leigh, Angela Lansbury, entre otros.
Duración: 126 minutos.
Uno de los mejores artesanos del cine norteamericano fue John Frankenheimer. Él es el padre de las persecuciones de autos y las escenas de acción eternas y vertiginosas, de la sobriedad en temas que sobrepasan lo lógico y su influencia ha sido tal que, a la fecha, incluso sin saberlo ellos, muchos o casi todos los cineastas siguen su estilo. John fue innovador. Con una carrera incubada en la televisión, logró llegar al cine como uno de los directores más renovadores del séptimo arte, incluso, hay momentos en que está más que inspirado, y para muestra, la persecución en parís en Ronnin (Idem,1998):



                Directores como Sam Mendes, Paul Greengrass, Michael Mann, Christopher Nolan, e incluso veteranos como Martin Scorsese y William Friedkin, han sido contaminados con lo mejor del autor: Ritmo frenético, pericia para montar escenas de suspenso, sobriedad técnica y sobre todo, la capacidad de volver un espectáculo anodino en un sobrio análisis social, político o psicológico. Y todo eso está en la mayoría de sus obras. Las más conocidas fueron la ya mencionada Ronnin, Siete días de mayo (Seven Days in May, 1964), Contacto en Francia II (French Connection II, 1975), Domingo Negro (Black Sunday, 1977), El año rojo (Year of the Gun, 1991) y sobre todo, El emperador del miedo.
                La historia puede resumirse fácilmente: Después de desaparecer en la guerra de Corea, el hijo de una prominente mujer, perteneciente a una importante familia de políticos republicanos, regresa con un serio lavado de cerebro por parte de los comunistas, con la misión de matar a todos los enemigos políticos de su padrastro, en el camino a la presidencia de la república. La intriga la investiga un conocido de él, que es un militar de inteligencia y que lo tuvo a sus órdenes durante la guerra.
                Lleno de sordideces que hacen palidecer al mismísimo Francis Underwood, la cinta es un duro análisis a la paranoia que se vivía durante la guerra fría, a los entre telones de la política y a la sed de poder de los que viven de esta. En ella hay una escena de acción que ya quisiera tener cualquier cinta de Michael Bay y de paso, duras lecciones políticas. Cuando parece que el filme apoya a la causa contra el comunismo, Frankenheimer se las ingenia para hacernos ver que el peor enemigo está en casa. Además, utiliza cualquier pretexto para ironizar sobre la política de su país, llena de ignorancia, corrupción y abusos de poder, como si perteneciera a cualquier pedacito de México.
                Quizá esto motivó que durante mucho tiempo no se exhibiera en E.U. En una escena, una bandeja llena de caviar en forma de la bandera norteamericana es comida por el padrastro del militar que aspira a la presidencia mientras dice: “Este es el trozo más sabroso de mi país”, personaje que, por cierto, físicamente y en comportamiento, es muy parecido a Richard Nixon, y ama disfrazarse de Abraham Lincoln. De ese tipo son las cosas que cuenta la cinta.
                Una cinta de culto que se ha vuelto imprescindible para los que gustan del thriller de acción y político. Por cierto, en 2004, el director Jonathan Demme (El silencio de los inocentes/SIlence Of The Lambs, 1991) realizó un efectivo remake. Ahora, aprovechen para ir al baño, porque ya va a empezar la siguiente función.


Capitán América: Civil War (Captain America: Civil War)
E.U., 2016.
Dirección: Anthony y Joe Russo.
Guion: Christopher Markus y Stephen McFeely, basados en personajes de Marvel Comics.
Fotografía: Trent Opaloch.
Intérpretes: Chris Evans, Robert Downey Jr., Scarlett Johansson, Sebastian Stan, entre otros.
Duración: 148 minutos.
El cine basado en personajes de cómics se ha vuelto una moda. Y más si se trata de superhéroes. Se ha vuelto una especie de subgénero, como lo fue el cine de luchadores. Al final de día, las cintas que usan encapotados en realidad son cintas de género como cualquier otra, así que puede resultar fútil el hacer una reseña hablando de “el cine de superhéroes”.
                El Capitán América por lo general ha tenido un muy decente paso por las viñetas y en el cine, incluso la cinta de 1990 (de Albert Pyun) es bastante pasable. La primera cinta del canon oficial de Marvel Studios, Capitán América, el primer vengador (Captain America: The First Avenger, 2011) se sale de lo hecho hasta ese momento. Dirigida por Joe Johnston (Jumanji, 1995) es una especie de homenaje al personaje y a la época de oro de los cómics. Es un divertimento bastante decente que remite estilísticamente a otra cinta, también basada en personajes de historieta, del mismo director: Rocketeer (The Rocketeer, 1991), incluso, en algunos momentos parece que de pronto los dos enmascarados (o más bien, encasquetados) se pueden topar.
                El éxito obtenido generó una inteligente y oscura segunda parte, Capitán América y el Soldado del Invierno (Captain America: The Winter Soldier, 2014), dirigida por los casi debutantes Anthony y Joe Russo. Basada en la novela gráfica del genial Ed Brubaker y el ilustrador Steve Epting, esta es la primera película de la productora que toma como base una historia aparecida en los cómics, y no únicamente los personajes. El resultado fue una reinvención del personaje, enfrentándolo a un mundo desconocido y hostil, y a la dolorosa realidad de saber que todos los que alguna vez amó han desaparecido o están por hacerlo, además de tener que resolver una intriga política propia de la época de la guerra fría, sólo que ahora los villanos no son comunistas sino simples neo-nazis. La cinta generó una euforia tal, que incluso la gente que no gusta del subgénero de mamados enfundados la encontró aceptable, al ser más un thriller político que una simple cinta de superhéroes. Incluso, Marvel se dedicó a gritar a los cuatro vientos que se merecía una nominación al Oscar. Era de esperarse una tercera cinta para cerrar el arco.
                Y nacida para competir con Batman Vs Superman: El origen de la justicia (Batman v Superman: Dawn of Justice, Zack Snyder, 2016), de la cual ya hablé por aquí, llega la tercera y más esperada cinta del Capi. En ella, después de una fallida misión, las Naciones Unidas deciden generar una acta de registro de gente con habilidades especiales (no es el Teletón, que conste) para evitar que ocurran más sucesos parecidos, lo que, según el Capi, es una violación a las garantías individuales y además, traicionaría los ideales de los Avengers. Por otro lado, Tony Stark/Iron-Man está de acuerdo, porque es chantajeado por una señora que dice que su hijo fue daño colateral en una de sus incursiones, así que esto va a empezar la división de bandos que se vendió en todas partes. Hasta aquí se puede contar todo sin caer en los hoy tan odiados Spoilers. Y eso, principalmente, porque es lo único que hay en la cinta del Trade Paper Back (tomo recopilatorio) en el que teóricamente se basa. En esta historia, que por cierto, tiene uno de los mejores inicios de la historia, el desarrollo más mediocre que existe, y el final más forzado y baboso que pudieron escribir, los motivos eran los más arbitrarios y ridículos que se pudieran encontrar. La cinta borra de golpe todas esas incoherencias y la convierte en una especie de tercera parte de Avengers: Los vengadores (Marvel's The Avengers, Joss Whedon, 2012) o precisamente, en una puesta al día de El embajador del miedo. Los hermanos Russo son, sin duda, resultado de los experimentos de Frankenheimer, se ve que ellos y los guionistas, Christopher Markus y Stephen McFeely, han visto y revisado hasta el cansancio Ronnin, El año rojo, Siete días de mayo y El embajador…, porque se siente esa intriga política y la acción desbordada de todas estas cintas (incluso, en una escena, Tony Stark se refiere a Buky como “Manchurian candidate”). Ya desde la anterior se veía que los directores estaban embutidos de cine de espías setentero y ochentero, desde Los tres días del condor (Three Days of the Condor, Sydney Pollack, 1975) hasta El día del chacal (The Day of the Jackal, Fred Zinnemann, 1973). En este caso, las influencias van más allá y se vuelve un interesante ejercicio cinematográfico.
                Los Russo son unos tipos inteligentes. Ya en Tres son multitud (You, Me and Dupree, 2004) se veía la mano de unos artesanos fuera de lo común, al mezclar la comedia más guarra con ciertos apuntes sociales, pero no se veía por ningún lado la maestría que llegan a demostrar en algunas escenas de la cinta del Cap. Muestra de su inteligencia es el hecho de que a pesar de la inclusión de prácticamente todos los personajes que tiene el llamado Marvel CInematic Universe, esto no se siente forzado del todo, y cada uno de ellos tiene una función y su propio lugar en la cinta, es decir, les da sus cinco minutos de celebridad sin perder el objetivo. Quizá los únicos que pueden sentirse un poco fuera del caso son Spiderman, Hawkeye y Ant-man, pero de pronto hay tantos en la escena, que uno más no llega a estorbar. Bien pudieron salir hasta las tortugas ninja y ni quién lo notara.
                Una cosa muy importante es que el filme sirve de especie de lanzamiento del hombre araña, por lo mismo, es necesario comentar que aún está muy lejos de, como afirman muchos pseudocríticos que publican en algunos medios y muchos fans de las cintas, ser la mejor representación del personaje en el cine, ya que falta que se pruebe en solitario para saber si esto es verdad. Por lo pronto, Marisa Tomei, como la tía May se siente desperdiciada, se vuelve sólo el chiste de que está todavía muy buena por parte de Robert Downey.
                La lección que daba John Frankenheimer en sus cintas es que aunque fuera difícil, el cine de autor y el comercial pueden convivir. Y Civil War… es muestra de ello.

                Ahora bien, nuevamente el sitio Rotten Tomatoes vuelve a demostrar lo pueril que es, que sólo sirve para mostrar tendencias y no realidades. Le dan un 94% de frescura, lo cual significa que es más buena que, por ejemplo, Persona (1966) de Ingmar Bergman, a la que le dan un 88%. Pero en realidad refiere a la falta de cultura que se vive en la crítica a nivel mundial. Cuando uno lee o escucha las idioteces que se dicen sobre una película que si bien es sobresaliente en el subgénero en el que se incluye, no deja de asombrar, palabras más o menos, estrellas más o menos, lo lejos que han quedado los que dejaban sus hormonas y sentimientos afuera de la sala para escribir imparcialmente. Si bien siempre han existido los “payoleros” y “chayoteros”, lo cierto es que parece que estos ganaron la batalla. Por otro lado, existen los que denostan la cinta por todo lo contrario, porque significa lo que no debe ser el cine según ellos, es decir, un blockbooster, un éxito de taquilla, una película comercial. Para cerrar el texto, déjenme decirles que en Capitán América: Civil War, la guerra civil no está por ningún lado, aunque es una muy aceptable y buena película, que sufre de repente de tener una trama endeble que gracias al talento de los Russo, no se cae. Lo negativo, siendo honestos, como me dijo mi hermano Jorge, es que a estas alturas las cintas de Marvel Studios se están volviendo como episodios de una serie de TV que se está exhibiendo en una pantalla gigante. Si no has visto alguna de las cintas previas del estudio, no puedes entender y disfrutar del todo el espectáculo. Mucho se ha criticado a Zack Snyder porque en su cinta sobre Batman y Superman utilizó demasiadas referencias que sólo podrían ser entendidas por quien está obsesionado con las historietas de base. Marvel Studios está realizando lo mismo, pero en lugar de impresos, está utilizando cinta de celuloide.

lunes, 18 de abril de 2016

Programa doble: ¡Salve Cesar! Ahí viene El ejecutivo.



Siguiendo con esta bonita tradición del programa doble, y disculpándome por las largas vacaciones que me tomé, debido a problemas de salud, en esta ocasión presentamos dos películas que pueden tener más en común que lo que parecería. Empecemos con la viejita



El ejecutivo (The Player)


E.U., 1992.

Dirección: Robert Altman.

Guion: Michael Tolkin, basado en su novela homónima.

Fotografía: Jean Lépine.

Intérpretes: Tim Robbins, Greta Scacchi, Fred Ward, entre otros.

Duración: 124 minutos.

Hollywood se ha caracterizado por ser un negocio, más que un arte, y eso se ha recalcado en los últimos años más que nunca. Los grandes estudios han generado obras maravillosas que no podrían haber sido realizadas sin la ayuda de un productor o la cabeza del estudio que con sus ideas han desarrollado esos detalles que las hacen grandes. El ejemplo máximo es Lo que el viento se llevó (Gone with the Wind, Victor Fleming, George Cukor, Sam Wood, 1939) que de no haber sido por su productor, David O. Selznick, no se hubiera podido terminar. Por ella pasaron tres directores distintos que fueron despedidos porque no podían comprender la visión del productor, que es la que hoy conocemos y que se ha convertido en uno de los mayores traumas de la “Meca” del cine, básicamente, por su final cínico y ambiguo. Pero por desgracia, el 99% de las producciones en las que entra la mano de un ejecutivo o un productor, no terminan así.

                Robert Altman lo sabía. Y también supo, en carne propia, que las relaciones hollywoodenses no terminan bien, que siempre el estudio termina filmando lo que quiere porque está buscando ganar siempre. Altman tuvo un noviazgo con Hollywood que se acabó a partir de que empezaron a meterse en sus decisiones creativas, debido, entre otras cosas, a que sus películas siempre tenían grandes resultados de crítica y muchos premios, pero no se recuperaba la inversión. MASH (Idem, 1970) resultó un éxito monumental, tanto de crítica como de público, pero no así sus siguientes producciones, cada vez más personales. Así que su divorcio aconteció después del fracaso de El largo adiós (The Long Goodbye, 1973), que adaptaba la excelente novela de Raymond Chandler. A partir de entonces, el director se movería con presupuestos diminutos, en la independencia o con dinero de fuera de E.U. No es sino hasta 1992 que regresa a realizar una cinta con un estudio grande de su país.

                El resultado fue El ejecutivo (en España le llamaron con mucha fortuna El juego de Hollywood), una parodia, crítica, burla, denuncia, lo que quieran, disfrazada de comedia negra, que cuenta la historia de Griffin Mill (Tim Robbins), un ejecutivo (player) de un gran estudio, que se dedica a elegir los guiones que pueden funcionar para ser filmados. Tiene casi su pequeño feudo, así como una novia ejecutiva también, que no parece exigirle mucho. De pronto comienza a recibir una serie de anónimos en forma de tarjetas postales que lo amenazan de muerte, porque nunca se comunicó, como había quedado, con un escritor. Mientras tanto, su trabajo está en peligro porque los estudios van a contratar a un productor que trabaja para FOX y con el que no simpatiza, mismo que dicen los rumores, tiene la consigna de sacarlo de la jugada. Entre paranoia y paranoia, comienza a investigar y llega a la conclusión de que un tal David Kahane (un impactante y camaleónico, como siempre, VIncet D’onofrio), un guionista desconocido y neurótico, pudo ser el autor de las notas. Al intentar hablar con él conoce a su novia, una pintora finlandesa de la que se enamora perdidamente. En medio de referencias, comentarios mordaces a la manera en que se hace el cine en Hollywood, burlas abiertas a todos los involucrados en la producción, cameos espectaculares (aparecen la crema y nata del cine de los ochenta y noventas, Julia Robert y Cher incluidas) y sobre todo, mucha mala leche, Altman construye lo que quizá es su opus magnum y su cinta más rabiosamente personal. Incluso se da el lujo de dar las reglas que deben seguir los filmes para ser un éxito en todos los sentidos (“Le faltaban ciertos elementos que necesitamos para hacer cine comercial. (...) Suspenso, risas, violencia, esperanza, corazón, desnudos, sexo... Finales felices...”) y más todavía, utiliza esas reglas para armar su propio filme., el cual, irónicamente, resultó ser de sus obras más exitosas. Una obra redonda y perfecta, que no deja nada a la casualidad. Por desgracia, para poder verla, o te vas a España o la buscas en torrents y piratecas.




¡Salve, César! (Hail, Caesar!)



E.U., 2016.

Dirección: Joel y Ethan Coen.

Guion: Joel y Ethan Coen.

Fotografía: Roger Deakins.

Intérpretes: Josh Brolin, George Clooney, Alden Ehrenreich, Ralph Fiennes, entre otros.

Duración: 106 minutos.

El caso de ¡Salve Cesar! es curioso también. Los hermanos Coen son, sin lugar a dudas, los mayores cineastas norteamericanos vivos. Activos desde los ochenta, su obra pocas veces ha dado concesiones, y aun en sus peores momentos, siempre está su sello personal. La cinta cuenta la historia de Eddie Mannix (Joss Brolin) un “mediador”, cabeza de un importante estudio durante la guerra fría (se adivina que son finales de los años cuarenta). Católico empedernido, todos los días va a confesarse mientras arregla problemáticas relacionadas con su lugar trabajo: El embarazo de una de sus actrices más inocentes (parecida o basada en Esther Williams), la desaparición de uno de sus principales estrellas, que termina siendo un secuestro y la conflictiva relación entre un director inglés de culto y uno actor de westerns de matinés que le es impuesto. Así, se van hilando diferentes escenas, basadas quizá en chismes o anécdotas reales de la época, que navegan entre la crítica más feroz y la nostalgia.

                Uno de los puntos más débiles de los Coen han sido sus comedias de época. Sin contar Barton Fink (idem, 1991) ninguna ha tenido vuelos demasiado altos, nada más hay que recordar los desastres que fueron El apoderado de Hudsucker (The Hudsucker Proxy, 1994) y El quinteto de la muerte (The Ladykillers, 2004). Esta, por desgracia, aunque es una obra maestra en comparación a las arriba mencionadas, no es la excepción. Es una cinta divertida, crítica, preciosa visualmente y con una ambientación pocas veces vista en el cine actual. Las recreaciones de los números musicales y las películas de la época son exactas, principalmente la que le da el título a la cinta, ¡Salve Cesar!, una historia de Jesucristo, que es una cinta de romanos de esas que estelarizaban Charlton Heston o Kirk Duglas. George Clooney demuestra en estas escenas que es quizá el único actor glamoroso que queda en Hollywood, similar a Scarlett Johannson, quien muestra que lejos de las mayas de la Viuda Negra, todavía hay una gran actriz. Hay momentos que son muy simbólicas, típicas de los Coen (el submarino de la ex URSS, que se lleva al actor socialista, como materialización de las pesadillas más patrioteras de ese momento histórico, las gemelas periodistas de espectáculos, Thora y Thessaly Tacker, interpretadas por Tilda Swinton, que representan dos diferentes tipos de prensa, la del corazón y la del chisme fácil, ambas asquerosas, por cierto, etc.) Y por supuesto, los momentos absurdos que no llevan a ningún lado, que demuestran que el destino también puede ser simple coincidencia (el sino de la maleta de dinero falso, similar a la caja de sombrero en Barton Fink). Vamos, es una película de los Coen, pero no será recordada como esas grandes obras que incluso llegaron a cambiar la historia del cine, aunque no deja de ser interesante. Si fuera su hijo, quizá sería de los más mensitos, pero también, uno de los más guapos.

                Ahora que, siendo francos, quisiera ver a cualquier director actual llegar a los sesenta años con esa fuerza. Vale la pena gastar $50.00 en verla en pantalla grande, aunque sea para intentar recuperar la magia del cine que se nos ha ido perdiendo por culpa de los chingadazos y el 3D.