Julieta
España,
2016.
Guión:
Pedro Almodóvar.
Fotografía:
Jean-Claude Larrieu.
Intérpretes:
Emma Suárez, Adriana Ugarte, Rossy de Palma, entre otros.
Duración:
96 minutos.
Cuando llegó al cine Pedro Almodóvar,
nadie se imaginaba que el manchego se volvería en un parteaguas en la
cinematografía española. Se puede afirmar que existe un aA y un dA (antes de Almodóvar
y después de Almodóvar). Aunque lo que realizaba no era nuevo, ni en España ni
en el mundo (chequen, por ejemplo, lo que venían haciendo desde los años 70
Juan José Bigas Luna y el mexicano Jaime Humberto Hermosillo, por ejemplo), su
frescura y desenfado lo hicieron una referencia obligada al hablar de la mal
llamada “madre patria”. Julieta es su
película número veinte y quizá la más almodovariana de su carrera.
Existen
directores que se vuelven más un estilo que autores. Jean Luc Godard, por ejemplo,
toda la vida dirigió cintas que al verlas a la distancia son reconocibles e
imitables, igual que Pasolini, Wenders, Bergman, Fasbinder, Kubrick, Jodorovsky,
Tarkovsky o Kieslowski. Almodóvar llegó, precisamente, en un momento en que
estos héroes del cine estaban casi de salida, y pertenece a una generación de
cineastas que sobreponen la forma al contenido. Son sus contemporáneos Tim
Burton, Tarantino, von Trier, Rodríguez, Del Toro, gente que volvieron su cine una
apariencia. Siendo honesto, y sé que muchos me van a querer matar, no hay nada
especialmente trascendente en sus filmografías, al contrario, vuelven lo trivial
el centro de sus relatos. E incluso, son a veces monotemáticos (von Trier siempre
diseminando el odio hacia la humanidad, Tarantino siempre hablando de venganza
y géneros fílmicos ya muertos, Rodríguez y su pirotecnia visual, del Toro y sus
fantasmas y monstruos buena onda, y Burton… bueno, el tiene a Johny Depp).
Quizá el más polifacético ha sido precisamente Almodóvar, aunque casi todo el
tiempo hable sobre el universo femenino.
Julieta cuenta la historia de una mujer
que está tratando de rehacer su vida cuando es atacada por un fantasma del
pasado. Si piensan que estoy hablando de Volver
(2006), La flor de mi secreto (1995),
Tacones lejanos (1991) o Todo sobre mi madre (1999) es porque el
director ha vuelto de esto una constante. Para entender Julieta, es necesario saberlo, porque en cierto sentido, es una
repetición, como un eco que se renueva de diferentes formas e intensidades. Esto
no es necesariamente malo, de hecho, es quizá lo que busca el público en Almodóvar.
Se ha vuelto parte de su sello.
En
la cinta encontramos muchos elementos y caras familiares, que deben estar
presentes para que sea considerada una cinta del director: Desde sus actores
fetiche (Darío Grandinetti, Rossy de Palma, Emma Suárez), canciones de Chabela
Vargas, referencias a cineastas y cintas de culto (en este caso, un cambio de
actriz para representar el cambio de personalidad, como en Ese oscuro objeto del deseo, de Luis Buñuel, 1977), hasta la prevalencia
de los colores rojo y azul, entre otras cosas. Como director de actores,
principalmente mujeres, el manchego es especialmente un privilegiado, y no se
puede negar que sabe cómo generar personajes tan complejos que cuentan
historias paralelas con sólo un pequeño cambio de gesto (la sudadera de Xoan
que toma Rossy de Palma, por ejemplo) y guía a sus actores a representar exactamente
el tipo de personajes que requiere. En este sentido, Emma Suarez y Adriana
Ugarte, a pesar de no parecerse absolutamente en nada físicamente, logran
convencernos de que son la misma mujer al pasar el tiempo. Las historias
truculentas, las relaciones personales y familiares fuera de lo común (la hija
cuidando a la madre, la hija ausente, la familia separada, los amigos que desde adolescentes han
sostenido relaciones sexuales “sin nunca estar liados”, etc.) son otros de los
signos de que estamos ante una obra de Almodovar.
Y
ese es el principal problema de Julieta.
Que es una película de Almodóvar. Uno no logra empatizar con los personajes
porque por primera vez, a pesar de todo lo que aparenta, el señor Don Pedrito
no logra hacer que sean realmente importantes las relaciones entre ellos. El
ritmo de la cinta, así como el aspecto visual, va decayendo conforme conocemos
más y más a los intérpretes, y de hermosas escenas de un cuidado visual
asombrosos (el close up de Darío Grandinetti
casi al inicio, la pareja de Julieta y Xoan acostados en el tren, etc.) pasa a
tomas que ni en los peores comerciales de Famsa se han visto. Además, la
historia y el guión son más que predecibles; desde los créditos iniciales
sabemos que estamos ante un personaje que tiene un secreto, que eso la está
atormentando, que el pasado está a punto de golpearla y que Madrid está poca
madre. Y lo peor no es que sea predecible sino que trata al público como si no
supieran nada. Pongámoslo así: Cuando alguien se te queda viendo a la cara y te
dice “tenemos qué hablar” tú sabes a qué se está refiriendo. Imagínate que
después te diga exactamente lo que estás esperando, al grado que lo dice
palabra por palabra, como si se lo estuvieras soplando, y no sólo eso, sino
que te lo explica con pelos y señales. Eso es lo que pasa en Julieta, que cuando algo ocurre, ya
sabes que va a pasar. Con alerta de Spoiler,
pongo por ejemplo las cartas y postales que recibe Julieta en el cumpleaños de su
hija, o el hecho de que cuando ella conoce a Xoan, en el tren y decidan
quedarse en el mismo vagón, ya acostados, ella le diga “no puedo dormir” y ya sabemos qué sigue. Eso
ocurre en muchos momentos. Incluso, la ya tradicional voz en off, característica de sus melodramas,
en esta ocasión es un estorbo que va contando todo lo que se ve en pantalla. Y para
colmo, el final no sólo es el más convencional de toda su carrera, sino que
además es el más moralino y cutre que se le pudo ocurrir. Incluso, la canción
de Chabela Vargas (indispensable, para que esta sea una cinta de Almodóvar, e
infaltable porque la cantante falleció poco antes de que se filmara la cinta y
es una especie de homenaje de un amigo muy querido a otro), suena fuera de
lugar.
Al
final, el resultado es una película que pudo hacer un fan de Almodovar,
siguiendo el instructivo y tomando resoluciones formales que no tomaría
Almodovar, para distanciarse de él. El problema del director es que, como
comentaba más arriba, en sí nunca fue un verdadero auteur, sino un creador de atmósferas y universos personales, como
Burton, Del Toro, Tarantino, von Trier y Rodríguez. Gente que funciona siempre
en el mismo matiz, que dicen pero no dicen, que hablan pero no hablan. Si uno
ha visto una de sus cintas, seguramente ya vio todas porque es poco o nada lo
que cambian de una a otra. Parece que deben hacer sus trabajos con un manual,
buscando asombrar sin asombrar realmente. A veces parece que pasaron de vender
hamburguesas en un carrito y de pronto se hicieron dueños de un MacDonals. En
un momento en que el cine de arte y de autor está pasando por uno de sus peores
momentos, es una lástima que no exista nada novedoso, ni siquiera de parte de
los que se volvieron famosos por asombrar. En la feria Almodóvar, ya urge
renovar los caballitos.
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