martes, 12 de julio de 2016

Julieta o cuando Almodóvar se volvió almodovariano.



Julieta

España, 2016.

Dirección: Pedro Almodóvar.

Guión: Pedro Almodóvar.

Fotografía: Jean-Claude Larrieu.

Intérpretes: Emma Suárez, Adriana Ugarte, Rossy de Palma, entre otros.

Duración: 96 minutos.




Cuando llegó al cine Pedro Almodóvar, nadie se imaginaba que el manchego se volvería en un parteaguas en la cinematografía española. Se puede afirmar que existe un aA y un dA (antes de Almodóvar y después de Almodóvar). Aunque lo que realizaba no era nuevo, ni en España ni en el mundo (chequen, por ejemplo, lo que venían haciendo desde los años 70 Juan José Bigas Luna y el mexicano Jaime Humberto Hermosillo, por ejemplo), su frescura y desenfado lo hicieron una referencia obligada al hablar de la mal llamada “madre patria”. Julieta es su película número veinte y quizá la más almodovariana de su carrera.

                Existen directores que se vuelven más un estilo que autores. Jean Luc Godard, por ejemplo, toda la vida dirigió cintas que al verlas a la distancia son reconocibles e imitables, igual que Pasolini, Wenders, Bergman, Fasbinder, Kubrick, Jodorovsky, Tarkovsky o Kieslowski. Almodóvar llegó, precisamente, en un momento en que estos héroes del cine estaban casi de salida, y pertenece a una generación de cineastas que sobreponen la forma al contenido. Son sus contemporáneos Tim Burton, Tarantino, von Trier, Rodríguez, Del Toro, gente que volvieron su cine una apariencia. Siendo honesto, y sé que muchos me van a querer matar, no hay nada especialmente trascendente en sus filmografías, al contrario, vuelven lo trivial el centro de sus relatos. E incluso, son a veces monotemáticos (von Trier siempre diseminando el odio hacia la humanidad, Tarantino siempre hablando de venganza y géneros fílmicos ya muertos, Rodríguez y su pirotecnia visual, del Toro y sus fantasmas y monstruos buena onda, y Burton… bueno, el tiene a Johny Depp). Quizá el más polifacético ha sido precisamente Almodóvar, aunque casi todo el tiempo hable sobre el universo femenino.

                Julieta cuenta la historia de una mujer que está tratando de rehacer su vida cuando es atacada por un fantasma del pasado. Si piensan que estoy hablando de Volver (2006), La flor de mi secreto (1995), Tacones lejanos (1991) o Todo sobre mi madre (1999) es porque el director ha vuelto de esto una constante. Para entender Julieta, es necesario saberlo, porque en cierto sentido, es una repetición, como un eco que se renueva de diferentes formas e intensidades. Esto no es necesariamente malo, de hecho, es quizá lo que busca el público en Almodóvar. Se ha vuelto parte de su sello.

                En la cinta encontramos muchos elementos y caras familiares, que deben estar presentes para que sea considerada una cinta del director: Desde sus actores fetiche (Darío Grandinetti, Rossy de Palma, Emma Suárez), canciones de Chabela Vargas, referencias a cineastas y cintas de culto (en este caso, un cambio de actriz para representar el cambio de personalidad, como en Ese oscuro objeto del deseo, de Luis Buñuel, 1977), hasta la prevalencia de los colores rojo y azul, entre otras cosas. Como director de actores, principalmente mujeres, el manchego es especialmente un privilegiado, y no se puede negar que sabe cómo generar personajes tan complejos que cuentan historias paralelas con sólo un pequeño cambio de gesto (la sudadera de Xoan que toma Rossy de Palma, por ejemplo) y guía a sus actores a representar exactamente el tipo de personajes que requiere. En este sentido, Emma Suarez y Adriana Ugarte, a pesar de no parecerse absolutamente en nada físicamente, logran convencernos de que son la misma mujer al pasar el tiempo. Las historias truculentas, las relaciones personales y familiares fuera de lo común (la hija cuidando a la madre, la hija ausente, la familia separada, los amigos que desde adolescentes han sostenido relaciones sexuales “sin nunca estar liados”, etc.) son otros de los signos de que estamos ante una obra de Almodovar.

                Y ese es el principal problema de Julieta. Que es una película de Almodóvar. Uno no logra empatizar con los personajes porque por primera vez, a pesar de todo lo que aparenta, el señor Don Pedrito no logra hacer que sean realmente importantes las relaciones entre ellos. El ritmo de la cinta, así como el aspecto visual, va decayendo conforme conocemos más y más a los intérpretes, y de hermosas escenas de un cuidado visual asombrosos (el close up de Darío Grandinetti casi al inicio, la pareja de Julieta y Xoan acostados en el tren, etc.) pasa a tomas que ni en los peores comerciales de Famsa se han visto. Además, la historia y el guión son más que predecibles; desde los créditos iniciales sabemos que estamos ante un personaje que tiene un secreto, que eso la está atormentando, que el pasado está a punto de golpearla y que Madrid está poca madre. Y lo peor no es que sea predecible sino que trata al público como si no supieran nada. Pongámoslo así: Cuando alguien se te queda viendo a la cara y te dice “tenemos qué hablar” tú sabes a qué se está refiriendo. Imagínate que después te diga exactamente lo que estás esperando, al grado que lo dice palabra por palabra, como si se lo estuvieras soplando, y no sólo eso, sino que te lo explica con pelos y señales. Eso es lo que pasa en Julieta, que cuando algo ocurre, ya sabes que va a pasar. Con alerta de Spoiler, pongo por ejemplo las cartas y postales que recibe Julieta en el cumpleaños de su hija, o el hecho de que cuando ella conoce a Xoan, en el tren y decidan quedarse en el mismo vagón, ya acostados, ella le diga “no puedo dormir” y ya sabemos qué sigue. Eso ocurre en muchos momentos. Incluso, la ya tradicional voz en off, característica de sus melodramas, en esta ocasión es un estorbo que va contando todo lo que se ve en pantalla. Y para colmo, el final no sólo es el más convencional de toda su carrera, sino que además es el más moralino y cutre que se le pudo ocurrir. Incluso, la canción de Chabela Vargas (indispensable, para que esta sea una cinta de Almodóvar, e infaltable porque la cantante falleció poco antes de que se filmara la cinta y es una especie de homenaje de un amigo muy querido a otro), suena fuera de lugar.

                Al final, el resultado es una película que pudo hacer un fan de Almodovar, siguiendo el instructivo y tomando resoluciones formales que no tomaría Almodovar, para distanciarse de él. El problema del director es que, como comentaba más arriba, en sí nunca fue un verdadero auteur, sino un creador de atmósferas y universos personales, como Burton, Del Toro, Tarantino, von Trier y Rodríguez. Gente que funciona siempre en el mismo matiz, que dicen pero no dicen, que hablan pero no hablan. Si uno ha visto una de sus cintas, seguramente ya vio todas porque es poco o nada lo que cambian de una a otra. Parece que deben hacer sus trabajos con un manual, buscando asombrar sin asombrar realmente. A veces parece que pasaron de vender hamburguesas en un carrito y de pronto se hicieron dueños de un MacDonals. En un momento en que el cine de arte y de autor está pasando por uno de sus peores momentos, es una lástima que no exista nada novedoso, ni siquiera de parte de los que se volvieron famosos por asombrar. En la feria Almodóvar, ya urge renovar los caballitos.




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