domingo, 24 de enero de 2016

Mil disculpas, pero les voy a contar el final.



Los juegos del hambre: Sinsajo - El final (The Hunger Games: Mockingjay – Part 2)

E.U, 2015

Dirección: Francis Lawrence.

Guion: Danny Strong y Peter Craig, basados en la novela de Suzanne Collins.

Fotografía: Jo Willems.

Protagonistas: Jennifer Lawrence, Julianne Moore, Josh Hutcherson, Liam Hemsworth, Woody Harrelson, entre otros.

Duración: 137 mins.

Sobre advertencia no hay engaño. Por desgracia, para entender bien Los juegos del hambre, es necesario conocer el final. Y es que cuando empezó la tetralogía, fui uno de los que se sorprendieron con ella, la primera parte era una especie de resumen de cincuenta años de ciencia ficción, tomando partes de Rollerball, El sobreviviente, incluso Star Wars, 1984… Distopías escritas por gente talentosísima como Ray Bradbury, Isaac Asimov, entre otros. La historia era fascinante, Jennifer Lawrence toda una revelación, vamos, hasta Lenny Kravitz estaba bien actuado. Las siguientes partes muy acertadas, en especial la tercera, que presentaba un desconocido, hasta el momento Distrito 13, muy aguerrido, que representaba lo contrario que el Capitolio: Mientras este era un monarquía o una dictadura capitalista, el 13 era visual e ideológicamente, la resistencia socialista, en la que todos son iguales. De hecho, no es casual que se parezca a la China maoísta. Pero al llegar a la cuarta parte, la final, todo esto se va a la basura.

Me explico. Como amante del cine, aprendí de los planteamientos de la crítica que se hacían en revistas como Dicine y gente como Nelson Carro, Leonardo García Tsao, Jorge Ayala Blanco y los del grupo Nuevo Cine. Con ellos entendí que hay que saber diferenciar entre lo que nos gusta, lo que está bien hecho y lo que significa la cinta ideológicamente. Y en este sentido, aunque Sinsajo parte 2 me gustó y es una peli hecha correctamente, ideológicamente, me deja en el limbo.

Como cine, estamos ante un film de factura muy cuidada, con escenas emocionantes aunque estén al borde de la ridiculez, como el ataque de los mutantes o las aguas negras, resueltas con mucha eficacia. En este sentido, la prematura muerte de Phillip Saymour Hoffman fue algo que no se pudo cubrir del todo, al grado de sentirse inconcluso el desenlace del personaje. Además de que la parte final es un tanto agónica, hay escenas que pudieron quitarse, que se sienten estiradas hasta la hueva. Como ese epílogo, con Katnis con dos niños, que por cierto no se parecen ni a ella ni al Brayan, perdón, Petta, en especial el bebé enorme, con el que Jennifer Lawrence no parece tener absolutamente nada de química (la verdad, está más feo que el nenuco usado en El francotirador, de Clint Easwood).

Y bueno, como comentaba, ideológicamente, me quedo con una impresión de vacío. Según la tesis final, cualquiera que busca el poder por medio de la guerra es un ser despreciable y enemigo de la sociedad (como diría Ismael Pérez "Poncianito", en El rey del barrio, de Martínez Solares). ¿Y en dónde quedó la manipulación de medios? ¿La crítica al poder encumbrado gracias a ellos? Viviendo en un país en el que el gobierno gasta millones de pesos en los medios de comunicación masiva, en el que prácticamente se gobierna por medio de la televisión, misma que derroca y coloca gobiernos a contentillo o que oculta o manosea la información, este es un tema que quizá tenemos a flor de piel. En este sentido, Los juegos del hambre, la tetralogía completa, llamaba poderosamente por denunciar esta situación. Pero al final, ni Susan Collins, en la novela, ni Francis Lawrence, en la película, se atreven a evidenciar del todo.

Los juegos… terminan con un mesías, caudillo o como quieran llamarle, más fregado que Jesucristo, el Che Guevara o Emiliano Zapata, que renuncia a su estatus de salvador para dedicarse a lavar pañales, cuidar niños, usar faldas y perder lo que la hizo especial al principio de las cintas, lo que la transformó en modelo a seguir (mi sobrina, por ejemplo, quiere ser Katniss Everdeen), una mujer valiente, luchadora, independiente, fuerte, carismática, que termina volviéndose lo que al comienzo no quería ser: convencional. Y es una tristeza, lógica si se entiende el cambio de un Gary Ross que peleaba contra los convencionalismos (su excelente Amor a colores, por ejemplo) a un Francis Lawrence acostumbrado a sacar adelante proyectos correctamente, pero sin inspiración y sin meterse en pedos (Soy leyenda).

En resumen, todos los gobiernos totalitarios apestan, la democracia es la neta, los medios de comunicación no son culpables de nada, los malos son los que los manipulan y todos los guerrilleros quieren amor. Esos no son Los juegos de hambre, son juegos de hambreados. Hay más profundidad en un twitter.