miércoles, 4 de mayo de 2016

Celebrando a Orson Welles.


Imagen original: http://apopart.co.uk/

Para conmemorar el aniversario de la mayor obra maestra de la cinematografía,El ciudadano Kane, les comparto un texto que escribí originalmente para “El sol en la cultura”, suplemento del periódico El sol de México, el 7 de agosto de 1992.

Un paseo por la noche americana

“Orson Welles es una especie de gigante con la mirada de un niño, un árbol frondoso con pájaros y sombras” – Jean Cocteau

El cine, entrando el año dos mil, se encarga de buscar el lado oscuro del hombre, ya no la luz al final del túnel, sino todo lo contrario. Los héroes, todo bondad y perfección (aún el mismo Dios) están en veda, y esto se ve claramente en la obra de dos directores, lejanos cronológicamente, y que marcan, para mí, el primer y el último eslabón de la cadena: Orson Welles y David Linch, ambos enfants terribles que causaron conmoción en los círculos artísticos de su época (en el caso de Welles, también en la sociedad en general) y cambiaron el perfil del cineasta americano.
                Los dos observan, de una manera muy especial, el lado desencantado del “American Way Of Life”, prueba de ello son El ciudadano Kane (Citizen Kane, 1941) y Terciopelo azul (Blue Velvet, 1986). En la primera, Charles F. Kane, para alcanzar la cumbre como periodista, debe descender lo más posible, hasta perderse en la oscuridad de su alma, y es el reflejo del hombre de éxito. Del mismo modo, pero en otro sentido, Jefrey Beamont, en la segunda, baja, movido por la curiosidad como todo buen gato, hasta la Norteamérica perdida. Al regresar a la superficie, ambos personajes descubren que nada será igual: Uno añorará su infancia, símbolo de su inocencia perdida para siempre, con una sola palabra: “Rosebud”. El otro escuchará en los créditos finales una frase de la canción que da título al filme: “…en mi corazón siempre habrá terciopelo azul…”.
                La misma búsqueda del lado oscuro del hombre, lleva a ambos directores al cine negro (en donde mejor se puede ver el desencanto postindustrial) en cintas como Sombras del mal (Touch Of Evil, 1958), Mr. Arkadin (Confidential Report, 1955), El extraño (The Stranger, 1946) y La dama de Shangai (The Lady Of Shangai, 1947), por parte de Welles, y Linch hace lo propio en Terciopelo…, Salvaje de corazón (Wild At Heart, 1990, no confundir con Juan del Diablo) y Twin Peaks (Ídem, 1989) (Nota: Linch retomará el género en Por el lado oscuro del camino/Lost Highway, 1997, Mulholland Drive, 2001, Twin Peaks: Fire Walk With Me, 1992 e Inland Empire, 2006). En todos los casos, el común denominador es lo ilógico (¿lógico?) al grado de la abyección. El móvil de toda la investigación en Terciopelo… es el hallazgo de una oreja. Así de absurdo; como en Sombras… será una explosión en la frontera entre México y E.U. lo que desencadena una serie de asesinatos sin ton ni son hasta – como ocurrirá en todos los filmes señalados – dar con un culpable que es el menos probable de serlo, sacado vilmente de la manga.
                A Welles, la forma visual le ayudó a demostrar su búsqueda, mayormente en blanco y negro, cargado de claroscuro, más oscuro que claro, y que Linch utilizará en sus dos primeros filmes: Cabeza borradora (Erasedhead, 1976) y El hombre elefante (The Elephant Man, 1980).
                Pero no todo en ellos es igual; la búsqueda de la cara oculta del ser llevó a Welles a experimentar en lo que conoció más: El teatro. Era obvio que siendo conocedor de la materia, prácticamente nacido en “las tablas”, llevaría al Mercury Theater Company al cine en sus primeros filmes (Nota: En el año 2013 se dio a conocer una cinta inédita de Welles, llamada Too Much Johnson, de 1938. Dicho filme, en realidad son varios interludios filmados como cine mudo para un montaje de la obra homónima de William Gillette, que planeaba montar pero por diversos factores nunca se realizó. Para los completistas y curiosos que quieran acercarse a su obra, pueden verla por aquí) y en la adaptación radiofónica del relato de H.G Welles, La guerra de los mundos, que dicho sea de paso, causó un revuelo tal, que ni Lorena Herrera encuerada en el Zócalo (Sí, se que en 2016 Lorena no da ni lástima, pero en 1992, así que si quieren sustitúyanla mentalmente por la Lady 100 pesos). Conocedor absoluto del teatro de Shakespeare, lleva a la pantalla dos obras que exploran al máximo la oscuridad inserta en el alma: Macbeth (Ídem, 1948) y Othello (Ídem, 1951), completando una trilogía shakespereana con su antepenúltima película, Campanadas de media noche (Chimes At Midnignt, 1967), basada en fragmentos de Enrique IV, Ricardo II y Las alegres comadres de Windsor.
                Por su parte, Linch busca más allá del presente y el pasado, y en la fallida Dunas (Dune, 1984) hace lo propio en el futuro.
                Frank Kafka también es una gran influencia para ambos: Su forma narrativa está presente en casi todos sus filmes y es muy visible en Linch y su Cabeza borradora, fantasía sobre una humanidad híper industrializada, que lleva al ser a la más absoluta soledad – o al individualismo, si se quiere – que atrapa a Harry Spencer en un matrimonio forzoso y lo obliga a cuidar a un niño-feto-monstruo que no deja de llorar.  Lo mismo, en menor medida, en El hombre elefante, con un John Merrick, ser deforme de gigantesca belleza interna, que es perseguido y señalado sin entender el por qué. Las exploraciones Kafkianas en Linch seguirán apareciendo en varias cintas posteriores, como en Por el lado oscuro de camino, en la que un hombre se avisa a sí mismo de el momento de su muerte o en Mulholland Drive, en la que una mujer es testigo de la escena de un suicidio, que es a su vez, el de ella misma, entre otros momentos en varias cintas posteriores.
                Pero es más visible es esta influencia en Welles en la ya citada Sombras del mal, y por supuesto, en su enorme adaptación a la novela de Kafka, El proceso (The Trial, 1963), donde da un curioso final a la historia, con un Mr. K que es perseguido y capturado, encontrando la muerte en un cráter, explotando en mil pedazos, sin saber la causa de su proceso judicial.
                Si bien no son los únicos que han explotado esta faceta, ni en sus épocas, ni mucho menos en la historia del cine, ambos son objeto de culto y admiración para propios y extraños; a Welles se le recuerda por su imponente presencia, acompañado de una de las voces más hermosas del mundo (como actor, de hecho, su último trabajo fue en la voz de un transformer, en la primera cinta animada de los personajes, en 1986); a Linch todavía le falta mucho camino – en la oscuridad – por caminar (en estos días prepara una tercera temporada de Twin Peaks, misma que planea estrenar en tv el próximo año).
                Algunos podrán pensar que este análisis es muy radical, ya que directores como Coppola, Buñuel, o incluso Tim Burton, tienen lo suyo en estos lares, pero lo que une a ambos cineastas es lo subterráneo de su cine, lejano casi siempre – como el de Buñuel – de los grandes estudios hollywoodenses y de sus players. Tal vez, otro director cercano a ellos sea Martin Scorsese, pero eso puede ser el tema de una próxima cita.