sábado, 28 de mayo de 2016

La bruja: El horror está en todos nosotros





La bruja (The Witch)
E.U., 2015.
Dirección: Robert Eggers.
Guion: Robert Eggers.
Fotografía: Jarin Blaschke.
Intérpretes: Anya Taylor-Joy, Ralph Ineson, Kate Dickie, entre otros.
Duración: 90 minutos.

Debo de ser honesto en esto: El cine de terror no es mi especialidad. En algún momento de mi juventud me sumergí en los cineclubes y videoclubes, buscando basura de alta calidad, así como obras de arte que usaban los vericuetos del miedo para expresarse, pero desde hace mucho me alejé de este como la plaga. El motivo fue que lo que antes era cine clase Z, de la peor explotación posible, se transformó de pronto en cine comercial de lo más chafa del mundo. Recuerdo que una de las últimas veces que vi una de estas cintas fue la muy decepcionante La maldición (The Haunting, Jan de Bont, 1999), que era tan chafa que no me quedaron ganas de ver algo más. El proyecto de la bruja de Blair (The Blair Witch Project, Eduardo Sánchez, 1999), no me pareció más que original en su narrativa, pero quizá se debió a que antes de esta, yo había pernoctado viendo desde Freaks (Tod Browning, 1932), hasta Masacre en cadena (The Texas Chain Saw Massacre, Tobe Hooper, 1974), pasando por El regreso de los tomates asesinos (Return of the Killer Tomatoes!, John De Bello, 1988), hasta cosas más bizarre, como Resurrección satánica (Re-Animator, Stuart Gordon, 1985). Pero de alguna manera, Hollywood absorbió los litros de sangre y vísceras falsas, y las convirtió en carretadas de dinero, usando fórmulas e incluso a los directores de esas extrañas fantasías oscuras, como George Romero, Tobe Hopper, e incluso a David Cronenberg, quienes, dicho sea de paso, lograron obras que incluso en lo comerciales fueron fabulosas, como el remake de La mosca (The Fly, 1987), de Cronenberg. Después vino, obviamente, el j-horror a refrescarme un poco el gusto, pero después, este también se fue contaminando con el mayor germen de la inmundicia y la tragedia humana (no estoy hablando de Agustín Cartens, sino del dinero). Ver La bruja, me revivió la esperanza en este tipo de filmes.
                La historia es bastante sencilla: En el siglo XVII, una familia de cristianos es segregada de su comunidad y se va a vivir al bosque donde desaparece su hijo más pequeño. A partir de ese suceso, comienzan a ocurrir cosas sobrenaturales. Nada que no se haya visto hasta en el melodrama. Ahora bien, esa es la superficie, en el fondo hay mucho más. Bastantes críticos han encontrado en ella reflexiones profundas sobre la religión, de la familia como origen de todos los males, de la condición de la mujer, etc. Y sí, todos ellos tienen razón. Pero algo que me encantó de La bruja, es todo esto y más.
                Cuando iba a exhibirse en el festival Morbido, por alguna extraña causa no se presentó. Dicen que quizá fue porque es demasiado lenta para los estándares del cine de miedo actual, además que las brujas han estado, últimamente, ligadas más hacia la comedia o las cintas infantiles. Así que esto generó un morbo tremendo, que mea culpa, hasta yo sufrí. Ahora que tuve oportunidad de verla, me percaté que efectivamente, es una cinta contemplativa, lenta, que se toma su tiempo para desmenuzar discretamente a los personajes, representados por histriones, henchidos todos en sus respectivos papeles hasta el tuétano. Cada fotograma parece una pintura renacentista de Velazquez o Goya. Por momentos el filme recuerda esas atmósferas opresivas usadas por Ken Rusell en Los demonios (The Devils, 1971) o Nicolás Echeverría en Cabeza de vaca (1991). Incluso, a veces remite a Andrei Tarkovsky. Y eso es lo más interesante de esta brillante producción: No estamos frente a una cinta de terror, sino una que lo usa como herramienta. La bruja, es, ante todo, una obra de autor.
                En ella se hayan demasiados temas y tópicos como para centrarse en uno sólo, pero la intención principal de la ópera prima de Robert Eggers es hablar sobre la ignorancia y los males que se desprenden de esta: El fanatismo religioso, la intolerancia, el crimen. Cada personaje tiene sus propios demonios que se carnifican y los destruyen: El orgullo, la lujuria, la envidia, la intolerancia, la mentira, cada pecado capital está presente en ellos. La bruja es el resultado de la indiferencia, de la ignominia, del silencio de Dios, ese ser que está presente como palabra en toda la cinta pero que nunca escucha los ruegos de los protagonistas.
                Como demostraron los grandes auteurs del cine de antaño, (Murnau, Browning, Wiene, Dreyer) e incluso otros más contemporáneos (Rusell, Polanski, Coppola, Scorcese, Lynch), el cine es una lupa que amplifica las pasiones y perversiones propias del ser humano. David Cronenberg, en su cine, nos enseñó que el mayor de los horrores está dentro del mismo ser. Y eso es lo que demuestra la ópera prima de Eggers, una obra personal y a veces un tanto hermética, que va más allá de las pelis con las que comparte su género. Un trabajo que no utiliza efectismos baratos, en los que no existen los sustos fáciles, que no utiliza efectos digitales complicados, ni plastas exageradas de maquillaje. La bruja espanta no por sus demonios o sus símbolos (que en otro contexto, podrían parecer viejos y anacrónicos clichés), sino porque al final del día, la misma sociedad, la familia, la ignorancia y la intolerancia religiosa, son la verdadera fuente del mal, los monstruos que conducen a una persona a transformarse en una bruja.