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El niño y
el mundo (O Menino e o Mundo)
Brasil,
2013
Dirección:
Alê Abreu.
Guion:Alê
Abreu.
Fotografía:
Débora Fernandes, Débora Slikta, Luiz Henrique Rodrigues y Marcus Vinicius
Vasconcelos.
Intérpretes
de voces: Vinicius Garcia, Felipe Zilse, Alê Abreu, entre otros.
Duración:
80 minutos.
“Porque aquí en este tren
Se endurecerá mi sino
Voy tan lejos que al volver
Ya no seré un niño”.
Boabdil el chico (se va al norte) – Miguel Ríos
Dice un dicho que no hay nada nuevo
bajo el sol. Y la anécdota central de El
niño y el mundo no admite mucha novedad: Un niño pequeño sale de su aldea
para seguir a su padre que ha ido a alguna parte de Brasil para poder buscarse
un sustento. En el camino va a darse cuenta de la realidad que lo rodea,
primero como algo maravilloso y después descubrirá que hay un lado oscuro de
esa belleza.
El
cine brasileño está casi en extinción. Durante los años sesenta, el Cinema Novo lo proyectó como una de las
cinematografías más sanas e importantes del mundo, racha que duró hasta
entrados los años ochenta. Autores como Glauber Rocha (Terra em transe, 1967), Nelson Pereira dos Santos (Memórias do Cárcere, 1984), Carlos
Diegues (Xica da Silva, 1976), Héctor
Babenco (Pixiote, 1980), Bruno
Barreto (Dona Flor e Seus Dois Maridos,
1976), entre otros, son recordados entre los directores más influyentes de la historia.
Mención aparte sería José Mojica Marins, quien está considerado uno de los
pioneros del cine de terror latinoamericano, pero eso es un cuento para otra
ocasión, más de nochecita. Para los años noventa, salvo algunos de los ya
maduros autores mencionados, pocos fueron los debutantes que hicieron algo
interesante, como Walter Salles (Central
do Brasil, mejor conocida en México como Estación central, 1998). Y si bien en la actualidad es poca la
producción de este país, uno como el nuestro, con sus más de 100 películas al
año, quisiera tener cosas tan espectaculares como las que de vez en cuando
salen de ahí. Ciudad de Dios (Cidade de Deus, 2002, Fernando Meirelles)
o Tropa de élite (Idem, 2007, José Padilha) son muestras
de esto. Y El niño y el mundo es una
de ellas.
La
cinta analiza la pérdida de la infancia, la intolerancia, lo hermosa y salvaje
que es la vida moderna, lo bella que es la libertad. A lo largo de su viaje, el
pequeño protagonista del filme va a ver lo diverso que es el entorno, lleno de
criaturas fantásticas, de máquinas que parecen animales, de seres que viven
existencias paralelas, iguales, tristes y alegres. Empleando todos los medios a
su alcance (animación 2d, 3d, collages, acuarela, lápiz de color, etc.), Alê
Abreu logra una fábula fantástica, en la cual la música (de Gustavo Kurlat y
Ruben Feffer) tiene un lugar preponderante, incluso se vuelve más importante
que la voz humana, es parte de la vida, el sonido de la maquinaria, la manera
en que la gente demuestra su alegría, su dolor, su tristeza, su rabia e incluso
su aburrimiento. Lejos de la planicie de la animación norteamericana, lo que
logra es una metáfora sobre la vida misma. Y sí, Intensa-Mente (Inside Out,
2015, Pete Docter y Ronnie del Carmen), palidece en comparación, aunque el tema
sea casi el mismo.
Algo
irónico es que el cine de animación, incluso el más insulso, maneja temas más
serios y profundos que las cintas live-action
para el mismo público (en este sentido, me van a matar muchos, pero hasta las
de los X-Men apestan). Algunas, como El principito (Le petit prince, 2015, Mark Osborne), Tinkerbell y la bestia de nunca jamás (Tinker Bell and the Legend of the NeverBeast, 2014, Steve Loter) e
incluso Grandes héroes (Big Hero 6, 2014, Don Hall y Chris
Williams) son serias reflexiones sobre la muerte y cómo lidiar con ella. Y en
este sentido, El niño… va más allá,
volviéndose un duro y conmovedor análisis sobre el sentido o sin sentido de la
existencia. Dice un dicho que no hay nada nuevo bajo el sol, pero otro dice que
lo importante no es lo que cuentes sino cómo lo cuentes.