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Para conmemorar el aniversario de la mayor obra
maestra de la cinematografía,El ciudadano Kane, les comparto un texto que escribí originalmente para “El sol en la cultura”, suplemento del periódico El sol de México, el 7 de
agosto de 1992.
Un paseo por la noche americana
“Orson Welles es una especie de gigante con la mirada de un niño, un
árbol frondoso con pájaros y sombras” – Jean Cocteau
El cine, entrando el año dos mil,
se encarga de buscar el lado oscuro del hombre, ya no la luz al final del túnel,
sino todo lo contrario. Los héroes, todo bondad y perfección (aún el mismo
Dios) están en veda, y esto se ve claramente en la obra de dos directores,
lejanos cronológicamente, y que marcan, para mí, el primer y el último eslabón
de la cadena: Orson Welles y David Linch, ambos enfants terribles que causaron conmoción en los círculos artísticos
de su época (en el caso de Welles, también en la sociedad en general) y
cambiaron el perfil del cineasta americano.
Los
dos observan, de una manera muy especial, el lado desencantado del “American
Way Of Life”, prueba de ello son El
ciudadano Kane (Citizen Kane, 1941)
y Terciopelo azul (Blue Velvet, 1986). En la primera, Charles
F. Kane, para alcanzar la cumbre como periodista, debe descender lo más
posible, hasta perderse en la oscuridad de su alma, y es el reflejo del hombre
de éxito. Del mismo modo, pero en otro sentido, Jefrey Beamont, en la segunda,
baja, movido por la curiosidad como todo buen gato, hasta la Norteamérica perdida.
Al regresar a la superficie, ambos personajes descubren que nada será igual: Uno
añorará su infancia, símbolo de su inocencia perdida para siempre, con una sola
palabra: “Rosebud”. El otro escuchará en los créditos finales una frase de la
canción que da título al filme: “…en mi corazón siempre habrá terciopelo azul…”.
La
misma búsqueda del lado oscuro del hombre, lleva a ambos directores al cine
negro (en donde mejor se puede ver el desencanto postindustrial) en cintas como
Sombras del mal (Touch Of Evil, 1958), Mr.
Arkadin (Confidential Report,
1955), El extraño (The Stranger, 1946) y La dama de Shangai (The Lady Of Shangai, 1947), por parte de Welles, y Linch hace lo
propio en Terciopelo…, Salvaje de corazón (Wild At Heart, 1990, no confundir con Juan del Diablo) y Twin Peaks (Ídem, 1989) (Nota: Linch retomará el género en Por el lado oscuro del camino/Lost Highway, 1997, Mulholland Drive, 2001, Twin Peaks: Fire Walk With Me, 1992 e
Inland Empire, 2006). En todos
los casos, el común denominador es lo ilógico (¿lógico?) al grado de la
abyección. El móvil de toda la investigación en Terciopelo… es el hallazgo de una oreja. Así de absurdo; como en Sombras… será una explosión en la
frontera entre México y E.U. lo que desencadena una serie de asesinatos sin ton
ni son hasta – como ocurrirá en todos los filmes señalados – dar con un
culpable que es el menos probable de serlo, sacado vilmente de la manga.
A
Welles, la forma visual le ayudó a demostrar su búsqueda, mayormente en blanco
y negro, cargado de claroscuro, más oscuro que claro, y que Linch utilizará en
sus dos primeros filmes: Cabeza borradora
(Erasedhead, 1976) y El hombre elefante (The Elephant Man, 1980).
Pero
no todo en ellos es igual; la búsqueda de la cara oculta del ser llevó a Welles
a experimentar en lo que conoció más: El teatro. Era obvio que siendo conocedor
de la materia, prácticamente nacido en “las tablas”, llevaría al Mercury
Theater Company al cine en sus primeros filmes (Nota: En el año 2013 se dio a conocer una cinta
inédita de Welles, llamada Too Much Johnson, de 1938. Dicho filme, en realidad son varios
interludios filmados como cine mudo para un montaje de la obra homónima de William
Gillette, que planeaba montar pero por diversos factores nunca se realizó. Para
los completistas y curiosos que quieran acercarse a su obra, pueden verla por
aquí) y en la adaptación
radiofónica del relato de H.G Welles, La guerra de los mundos, que dicho
sea de paso, causó un revuelo tal, que ni Lorena Herrera encuerada en el Zócalo
(Sí, se que en 2016 Lorena no da ni lástima, pero en
1992, así que si quieren sustitúyanla mentalmente por la Lady 100 pesos).
Conocedor absoluto del teatro de Shakespeare, lleva a la pantalla dos obras que
exploran al máximo la oscuridad inserta en el alma: Macbeth (Ídem,
1948) y Othello (Ídem,
1951), completando una trilogía shakespereana con su antepenúltima película, Campanadas de media noche (Chimes At Midnignt, 1967), basada en
fragmentos de Enrique IV, Ricardo II y Las alegres comadres de Windsor.
Por
su parte, Linch busca más allá del presente y el pasado, y en la fallida Dunas (Dune, 1984) hace lo propio en el futuro.
Frank
Kafka también es una gran influencia para ambos: Su forma narrativa está
presente en casi todos sus filmes y es muy visible en Linch y su Cabeza borradora, fantasía sobre una
humanidad híper industrializada, que lleva al ser a la más absoluta soledad – o
al individualismo, si se quiere – que atrapa a Harry Spencer en un matrimonio forzoso
y lo obliga a cuidar a un niño-feto-monstruo que no deja de llorar. Lo mismo, en menor medida, en El hombre elefante, con un John Merrick,
ser deforme de gigantesca belleza interna, que es perseguido y señalado sin entender
el por qué. Las
exploraciones Kafkianas en Linch seguirán apareciendo en varias cintas
posteriores, como en Por el lado oscuro de
camino, en la que un hombre se avisa a sí
mismo de el momento de su muerte o en Mulholland Drive, en la que una mujer es testigo de la escena
de un suicidio, que es a su vez, el de ella misma, entre otros momentos en
varias cintas posteriores.
Pero
es más visible es esta influencia en Welles en la ya citada Sombras del mal, y por supuesto, en su
enorme adaptación a la novela de Kafka, El
proceso (The Trial, 1963), donde
da un curioso final a la historia, con un Mr. K que es perseguido y capturado,
encontrando la muerte en un cráter, explotando en mil pedazos, sin saber la
causa de su proceso judicial.
Si
bien no son los únicos que han explotado esta faceta, ni en sus épocas, ni
mucho menos en la historia del cine, ambos son objeto de culto y admiración
para propios y extraños; a Welles se le recuerda por su imponente presencia,
acompañado de una de las voces más hermosas del mundo (como actor, de hecho, su último
trabajo fue en la voz de un transformer, en la primera cinta animada de los
personajes, en 1986); a Linch todavía le falta mucho camino – en la
oscuridad – por caminar (en estos días prepara una tercera temporada de Twin Peaks, misma que
planea estrenar en tv el próximo año).
Algunos
podrán pensar que este análisis es muy radical, ya que directores como Coppola,
Buñuel, o incluso Tim Burton, tienen lo suyo en estos lares, pero lo que une a
ambos cineastas es lo subterráneo de su cine, lejano casi siempre – como el de
Buñuel – de los grandes estudios hollywoodenses y de sus players. Tal vez, otro director cercano a ellos sea Martin Scorsese,
pero eso puede ser el tema de una próxima cita.