Bienvenidos a una nueva entrega
de los programas dobles del Cine Tlacopan. El cine en cuestión estaba ubicado
en Calzada México Tacuba, exactamente enfrente de la entrada lateral de la
Benemérita Normal de Maestros. Todos los martes era especial porque ese día mi
papá nos llevaba al cine. Juntábamos nuestras bolsas con comida y nos íbamos
toda la familia a ver programas dobles. Si llegábamos tarde, no importaba; la
“permanencia voluntaria” significaba que podíamos llegar a la mitad y volver a
ver la cinta dos veces. Ya entrados los años ochenta, se volvió Cine Rosas
Priego, uno de los pioneros de la cinematografía mexicana, creador, con su
hermano, de la famosa y excelente, El
automóvil gris (1919). En su siguiente vida, el cine estaba dividido en dos
salas. La 1 estaba dedicada a cine para adultos (desde Soft porno, hasta cine clase “B”, de terror y suspenso) y la 2, a
cintas familiares. Obviamente, siguieron los programas dobles. Al vender el
gobierno de Salinas de Gortari, la Compañía Operadora de Teatros, S.A. de C.V
(COTSA), el cine estuvo abandonado por años, hasta que se volvió un Vips y un
Banamex. Ambos están cerrados actualmente. Ahora sí, sin más preámbulos,
empecemos la función
México,
1962.
Dirección:
Luis Buñuel.
Guion:
Luis Buñuel y Luis Alcoriza.
Fotografía:
Gabriel Figueroa.
Intérpretes:
Silvia Pinal, Enrique Rambal, Claudio Brook, José Baviera, entre otros.
Duración:
93 minutos.
Luis
Buñuel es sin duda uno de los mayores cineastas de la historia, quizá sólo
superado, debido a su solvencia técnica, por Akira Kurosawa. Buñuel llegó a
México, exiliado de la Guerra Civil Española, luego de una breve residencia en
Francia y Estados Unidos (se dice que trabajó en varias cintas Hollywoodences,
sin crédito). Debido a un capricho de la actriz Silvia Pinal, durante los años
sesenta, es invitado por su esposo, el empresario y productor Gustavo
Alatriste, para que realice tres películas, como él quiera, siempre y cuando
lleven como estelar a la actriz. Fruto de esa colaboración serán Viridiana (1961), Simón del desierto (1964-1965), que fue su última realización
mexicana, y El ángel exterminador.
La
anécdota central es tan sencilla que no dice nada en absoluto, es un simple
pretexto para un análisis riguroso sobre la sociedad, el poder, la religión y
sus hipocresías. Muy simple: Varias personas de la alta sociedad se reúnen para
celebrar una fiesta, pero ya no pueden salir de la casa en que se lleva a cabo.
Empiezan a desesperarse porque no tienen idea de qué es lo que evita que abandonen
la reunión y al paso de las horas siguen ahí. No hay ninguna explicación, no se
sabe si una fuerza sobrenatural o un demonio, o los aliens o lo que sea, es
quien no los deja ir. Pero al estar en el encierro, comienzan a aflorar sus
peores cosas, sus traumas, sus frustraciones, sus fetiches y perversiones.
Al
director franco-hispano-mexicano, no le interesa explicar nada. Incluso, juega
con el público y le muestra escenas que no tienen explicación alguna, nada más
porque el surrealismo sigue la lógica de los sueños. Y a veces, la explicación
es tan hermética que quizá él mismo no la conoce. Un ejemplo, son el oso
mascota y los borregos que pasean alegremente por toda la casa. Incluso, nos
engaña al vendernos un título tan oscuro que parece de película de terror y que
tal vez, no tiene nada qué ver con el filme. Pero resulta que es una cita
bíblica, sacada del libro de Juan, mejor conocido como el apocalipsis.
En
realidad, todo esto es usado por el director para analizar y criticar a una
burguesía encerrada en sus propios miedos y prejuicios, en su propio infierno,
como si fueran un ángel dispuesto a exterminarlos. Sin duda, una cinta que
resultó tan emblemática, que ha influenciado a muchos cineastas que
evidentemente o no, han tomado de esta, muchos elementos. En Media noche en Paris (Midnight in
Paris, Woody Allen, 2011), el
personaje de Owen Willson conoce a Luis Buñuel y le recomienda filmar la
película. Una cinta que incomoda, divierte, desespera y sobre todo, deja a todo
mundo meditando. Lo increíble es que una anécdota tan sencilla, permitió al
realizador hacer una de las cintas más complejas y enigmáticas de la historia.
El
rascacielos (High-Rise)
Belgica,
Reino Unido, 2016.
Dirección:
Ben Wheatley.
Guion:
Amy Jump, sobre la novela homónima de J.G. Ballard.
Fotografía:
Laurie Rose.
Intérpretes:
Tom Hiddleston, Sienna Miller, Jeremy Irons, Luke Evans, entre otros.
Duración:
118 minutos.
J.G. Ballard
es un escritor de culto, uno de los renovadores de la ciencia ficción, junto a
Philliph K. Dick, Harlan Ellison, Stanisław Lem, William Gibson y Anthony
Burgess, escritores que tomaban las historias futuristas, y las transformaban
en serios y oscuros análisis sobre la sociedad. A Ballard se le conoce por dos
novelas en particular: Crash (1973) y
Rascacielos (1975). Aunque la primera
adaptación a una de sus obras, es un telefilme francés llamado Billenium (Jean-Claude de Nesle, 1974),
curiosamente, entran sus creaciones al cine, gracias a Steven Spielberg y su
recreación de la novela El imperio del
Sol (Empire of the Sun, 1986). Muy
extraño es que aunque, tanto el director, como el escritor son más conocidos
por sus trabajos de Ciencia Ficción, la cinta no tiene nada que ver con esto y
es una de las obras antibélicas más exitosas de los años ochenta. Son varios
los trabajos que hizo para el séptimo arte, como guionista o adaptador, pero
sus novelas más populares se consideraban infilmables, así que pasaron muchos
años sin llegar al cinematógrafo. Fue hasta 1996 que David Cronenberg adapta Crash (Crash: Extraños placeres, en español, no confundir con Crash, alto impacto [Crash], de Paul Haggis, del 2004), con
una polémica y un éxito inconmensurable. El más reciente vistazo a su mundo es El rascacielos.
El
director, Ben Wheatley, llamó notoriedad por uno de sus primeros filmes, Kill List (2011), una cinta de terror y
suspenso, que se volvió de culto inmediato (y que la verdad, no me gusta
adornarme, no he visto). En El
rascacielos, cuenta la historia de un neurocirujano que compra un
departamento en un inacabado complejo de edificios, que tienen prácticamente
todo dentro de ellos, desde gimnasios, alberca, tienda de conveniencia, entre
otras cosas. Comienza a convivir con los vecinos y conoce al arquitecto que
construye el complejo, mismo que vive en la parte más alta del edificio, con
lujos que nadie más tiene en esta comunidad. A partir de un apagón empiezan a
ocurrir cosas que hacen que la colectividad comience a sacar a la luz su
verdadera naturaleza, entre otras cosas, y de pronto, al tener todo en el mismo
lugar, no ven necesidad de salir del sitio.
¿Les
suena conocida la anécdota? Efectivamente. El argumento es una especie de remake salvaje y en ácidos, de El ángel exterminador. Aunque es muy
probable que Ballard tuviera conocimiento de la historia de Buñuel, es también
probable que esta similitud haya sido casual. No fue ni el primero ni el último
en llevar a un pequeño grupo de personas a una situación límite para criticar a
la sociedad y sus vicios; lo hizo Pierre Paolo Pasolini en Saló o los 120 días de Sodoma (Salò
o le 120 giornate di Sodoma, 1975), Ettore Scola en Sucios, feos y malos (Brutti,
sporchi e cattivi, 1976), Werner Herzog en También los enanos empezaron desde pequeños (Auch Zwerge haben klein angefangen, 1971), Marcelo Piñeyro en El método (2005), y hasta hay
antecedentes previos a Buñuel, como Tod Browning en Fenómenos (Freaks, 1932).
Lo
que llama la atención de El rascacielos,
es que su director conoce muy bien esta situación, incluso, hasta la homenajea,
con la presencia de ciertos animales que aparecen en escena sin un motivo
aparente, como una cabra que pasea sin ton ni son, o un caballo que tienen en
el penhouse del arquitecto. Wheatley
no sólo se limita a aceptar que lo van a comparar con la obra de Buñuel, sino
que lo asimila y prefiere homenajear las cintas que le interesan, entre ellas Naranja mecánica (A Clockwork Orange, Stanley Kubrick, 1971), otra distopía
futurista, de la que toma mucho del aspecto visual y el estilo de dirección, un
tanto fársico y excesivo. Incluso, se da el lujo de homenajear la obra de
Kubrick en el cartel de la película. Visualmente la película toma el aspecto y el
diseño de modas de las cintas de ciencia ficción setentera, y una de las más
visibles es Rollerball (Íbid, Norman Jewison, 1975), de la que
toma no sólo lo visual, sino el ritmo lento y contemplativo, para demostrar lo
ocioso y aburrido que es la existencia de esta comunidad. Las largas y orgiásticas
fiestas son parecidas en mucho a las de la cinta de Jewison, decadencia
incluida. Otra influencia más es también la ya mencionada Sucios, feos y malos, en la que los niños se vuelven parte del
deterioro de este grupo social. Incluso, lo asqueroso que resultan las
actitudes y costumbres que adquieren los personajes, se asemeja al trabajo del
gran Scola. Incluso, por momento recuerda a otro incendiario del cine,
Miguelangelo Antonioni, específicamente, Zabriskie Point (Íbid, 1970). Pero también
tiene mucho que ver con la obra de Cronenberg. Curiosamente, de la que menos
toma es de Crash, y sí más de La mosca (The Fly, 1986), Rabia (Rabid, 1977), El almuerzo desnudo (Naked
Lunch, 1991), Gemelas de la muerte (Dead Ringers, 1988), Un método peligroso (A
Dangerous Method, 2011), Parásitos asesinos (Shivers / They Came
from Within / The Parasite Murders / Frissons, 1975), eXistenZ
(1999) y Cuerpos invadidos (Videodrome, 1983). Incluso, se da el
lujo de tener entre sus filas, como el personaje del Arquitecto, a Jeremy
Irons, quien ha colaborado varias veces con el director canadiense.
Ahora bien, aunque
el filme es muy interesante, y las actuaciones de primer nivel (Sienna Miller,
aunque se repite como femme fatal, está muy bien en el papel, mientras
que un irreconocible Luke Evans y Tom Hiddleston, se esfuerzan para que la
gente olvide que son parte de sendos blockbusters a cada rato), el ritmo
por momentos es muy lento y hay ocasiones en que se siente que no sabían cómo
hacer que para hilar algunas escenas inconexas y justificar ciertos excesos.
Seguramente, muchos espectadores se van a sentir incómodos.
En resumen, una
cinta que vale la pena ver sin prejuicios, con paciencia, con una “Coca-Cola”
para no dormirse y pocas palomitas, si tienen estómago débil. Y sobre todo, es un
serio análisis sobre la sociedad contemporánea. Yo vivo cerca de Polanco, por
lo mismo, he visto crecer el complejo (con todas sus acepciones) de Carlos Slim
Helú, principal accionista del proyecto “nueva Polanco”, que está lleno de
edificios enormes, con plazas comerciales en la planta baja, gimnasios, cines,
etc. En esos lugares hay departamentos de diferentes precios y tamaños, los penhouse
son comprados por gente con mayores recursos económicos y los más pequeños
por empleados, a veces, de los mismos dueños de las partes altas. En estos días
han tenido muchos problemas porque los servicios básicos son escasos debido a
que los edificios han crecido como adolescente solitario, o sea a lo puro
pendejo. Conjuntos habitacionales interminables e inacabables, para la
burguesía emergente y los que creen que lo son. Ballard debe estarse riendo de
nosotros desde el más allá.
Por cierto, muchas gracias a mis amigos de Cinema Paradictos, por difundir mis textos. Suscríbanse a su comunidad en facebook, aquí.