martes, 31 de mayo de 2016

Programa doble: Gloria y las elegidas del Ariel




En esta ocasión nuestro programa doble se baña de polémica, y les presentamos las dos películas que más premios Ariel, que otorga la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas (AMACC), que es algo así como el Oscar Azteca.

Las elegidas
México, 2015.
Dirección: David Pablos.
Guion: David Pablos.
Fotografía: Carolina Costa.
Intérpretes: Nancy Talamantes, Óscar Torres, Leidi Gutiérrez, entre otros.
Duración: 105 minutos.
La prostitución y la trata (antes era “trata de blancas” pero yo creo que les pareció de mal gusto el término porque la mayoría de las que lo sufren por acá son más bien prietitas) son temas que siempre abren la ventana a la discusión: Que si es un mal necesario, que es una de las peores manipulaciones al género femenino, que cosifica a la mujer, que quien entra a esto es por tonta o por pobre, y párenle de contar. Lo cierto es que, cinematográficamente, en nuestro país es uno de los tópicos más recurrentes. Desde la tremebunda, La mujer del puerto (Arcady Boytler y Raphael J. Sevilla, 1934), la melodramática y exagerada, Santa (Antonio Moreno, 1932, para la más conocida de las versiones que existen), pasando por todas las que se hicieron de durante la mal llamada “Época de oro”, hasta los excesos de Las ficheras (Bellas de noche, Miguel M. Delgado, 1975) y las “sexy comedias”, de los años ochentas, entre muchas otras, el sitio que ha tenido la prostituta es de la víctima de las circunstancias, la que lo hace por vocación, la que incluso se divierte como enano (sin albur) o la mujer mala que lo hace por venganza a la sociedad o su familia. Pocas veces, quizá por lo fuerte del caso, se ha hablado de las verdaderas causas de este fenómeno tan vilipendiado a veces. Una de esas cintas fue Las poquianchis (Felipe Cazals, 1976) y por supuesto, la que es como su hija más chiquita: Las elegidas.
                Ganadora del Ariel a mejor película, la segunda película de David Pablos, cuenta la historia de una adolescente que es enganchada para ser prostituida. En paralelo, se observa lo que pasa con el chico que intenta hacerla entrar en este mundo, mismo que se enamora y trata de conseguir la libertad de la niña. La obra sigue a estos y otros personajes que están alrededor, contando de forma metafórica y simbólica lo que ocurre en sus cabezas. El filme es como un círculo vicioso y quien entra en él ya no sale. No se detiene en buscar los motivos y a veces parece que no se define entre la cinta didáctica, el melodrama romántico, la nota roja y el cine de auteur, y navega entre uno y otro, a veces recordando a Reygadas, en otras a Ripstein, en otras a Van Sant y así, lo cual no es del todo malo. Visualmente es muy correcta y en general está muy bien actuada. Casi todos los actores (totalmente desconocidos por ser gente de la localidad, de Baja California) están bien dirigidos y se siente muy bien balanceados los personajes. Quizá el padre de la familia de lenones, el dramaturgo y maestro Edward Coward, aunque correcto, en ocasiones se siente un poco afeminado, no sé si el actor o el director lo hicieron conscientemente.
                Algo que choca un poco es el exceso de autocensura que hay en ella, quizá por la edad de algunas de las participantes, pero al mismo tiempo, algunas escenas muy truculentas, se extienden demasiado (ejemplo, cuando el padre obliga a su hijo mayor a golpear a su hermano menor. Aunque esto ocurre fuera de cámara, se alarga demasiado). Fuera de esto, la película transcurre bien y, a pesar de ser muy lenta y tomarse su tiempo, no aburre y permite a los espectadores reflexionar sobre el tema.
Las elegidas lleva a sus personajes en un círculo que visto desde arriba es en realidad, un uroboro, una serpiente que se devora a sí misma. Todos los personajes son víctimas y victimarios, y repiten esquemas. El hijo reproduce los pasos de su hermano, como seguramente este, calca los de su padre. La chica que cae en esto, sigue el esquema de otra de sus compañeras que en algún momento vivió una relación con el hermano del chico que la llevó a esto, como también, seguramente, la madre jefa de la familia de padrotes. La prostitución es un ir y venir sin final. Lejos se queda la figura de “la que se levanta tarde”, la simpática y coqueta prostituta de Nosotros los pobres (Ismael Rodríguez, 1948), ante una realidad mucho más oscura y desesperada que la que nos mostraban sus escenas al lado de Pepe “el toro”.
Ahora bien, aunque estamos ante una cinta extraordinaria, representa a su vez lo bueno y lo malo del cine mexicano. Bueno porque es valiente al exponer los hechos, malo porque no nos cuenta más allá de un pequeño fragmento de la situación. No se exponen los que solapan esta situación, ni por qué se permite que exista y quienes salen beneficiados con esto. Sólo se concentra en el lado emocional. Es bueno también que se abra la discusión sobre la trata, pero es malo que se decida usar un estilo y una forma que, aunque brillante, no es accesible para todo el público. ¿De qué sirve que los intelectuales y pseudointelectuales la aplaudan? ¿Qué utilidad tienen los premios? El público que paga la prostitución, el que puede estar expuesto a caer en una red de lenocinio, no puede acceder a ella, no porque no le interese el tópico, sino porque su estilo, aunque correcto, no le llama la atención. Ellos están acostumbrados a Lo que callamos las mujeres, a La rosa de Guadalupe. La cinematografía nacional tiene esa mala costumbre de que los temas de interés nacional se tratan de forma que no puedan verlo los que deberían consumirlo. Eso ocurre con Heli (Amat Escalante, 2013), Miss Bala (Gerardo Naranjo, 2011), Después de Lucía (Michel Franco, 2011), excelentes todas, pero ya no estamos en los tiempos en que se deba despreciar al público de calle, al que si llega a ver una cinta “de autor” la ve en dvd clon, pero que sí va a ver ¿Qué culpa tiene el niño? (mi crítica acá) en Cinépolis y hasta compra palomitas. El divorcio entre los que dicen cosas importantes y el espectador no debería existir. Y se puede conciliar, lo han demostrado El crimen del padre Amaro (Carlos Carrera, 2002), El infierno (Luis Estrada, 2010), Voces inocentes (Luis Mandoki, 2004), Malos hábitos (Simón Bross, 2007), entre otras. Aun con todo, quizá no sea la mejor película del año, pero ojalá y la peor fuera como ella.


Gloria
México, 2014.
Dirección: Christian Keller.
Guion: Sabina Berman.
Fotografía: Martín Boege.
Intérpretes: Sofia Espinosa, Marco Pérez, Tatiana del Real, entre otros.
Duración: 126 minutos.
Si existe un personaje de la farándula que sea igualmente odiado que amado, es Gloria de los Ángeles Treviño Ruiz. A partir de que en 1998 aparece el libro La gloria por el infierno, de Rubén Aviña, un estimable y poco reconocido periodista de espectáculos, inició un parteaguas en la sociedad mexicana. A partir de los abusos cometidos por Sergio Andrade a sus “coristas y estudiantes”, todas ellas con él desde la minoría de edad, tanto los medios, el gobierno y los padres de familia, comenzaron una cacería de brujas contra todos los se sospeche que son pederastas tienen preferencias por las chamaquitas, lo cual se ha extendido hasta el día de hoy
                En Gloria, se cuenta la relación entre Sergio Andrade y Gloria Trevi, desde que se conocen y comienzan una relación, hasta cuando se sabe del escándalo que los caracteriza. Si alguien no sabe qué pasó, lo pongo al tanto. Andrade tenía una “academia”, muy cerca del metro Revolución, por cierto, en la cual reclutaba a jovencitas para amaestrarlas – perdón – instruirlas, en el arte de la música y volverlas “estrellas”. El tipo tenía un extraño carisma y conseguía que los padres les dejaran a sus hijas a su cargo, dándole, incluso, la patria protestad o solapando que algunas de ellas se casaran con él. Esos mismo padres, ciegos o con los ojos vendados, son los primeros que le dieron la espalda y lo acusaron de abusos, de cerdo comunista, de Hitler chilango y párenle de contar. Si bien no todos estaban consientes de la situación y confiaron en él, otros, por desgracia, aunque supieran qué ocurría o lo sospecharan, nunca dijeron nada. Fue hasta que Gloria deja a TV Azteca para volver a Televisa, que Paty Chapoy, una comentadora de chismes que cree que tiene el tamaño moral para criticar a cualquiera, exhibe y casi crucifica a Gloria, apoyándose en el libro ya mencionado, que recogía los testimonios de Alin Hernández, una de las “esposas” del señor Andrade.
                La cinta muestra todo desde la perspectiva de la Trevi, desde su mundo personal, cargado de ingenuidad, pero a la vez, consciente de que lo que hace está mal. Gloria y Sergio, según Christian Keller (quien, por cierto, ni siquiera es director de cine, sino un suizo loco que escuchó del caso y pensó que sería una buena película), son protagonistas de una historia de amour fou, como lo fue la de Ike y Tina Turner, quien soportó abusos y vejaciones de su marido, según se narra en Tina, lo que hace el amor (What's Love Got to Do with It?, 1993) el realizador Brian Gibson, igual que lo vivieron muchas otras parejas de artistas y gente famosa. Por lo mismo, deja un poco de lado la crítica y se dedica a observar desde la mirada de la cantante todos los sucesos. Para Keller, Andrade es un ser que no entiende por qué la sociedad no acepta sus “preferencias”, mientras que la Trevi es víctima de una pasión que la encandila y la hace aceptar todo lo que pasa alrededor. Una de las mejores escenas es en la que los amantes malditos, visitan al “tigre” Azcárraga y él comienza a “venderle” la idea de que es una chica salida de la pobreza, que se levantó por sí misma, y ella comienza a imaginar que canta Con los ojos cerrados, el himno de las mujeres sometidas por el amor, para después mostrarla en pleno éxito, interpretando la canción en un palenque.
                A medio camino entre el melodrama y la comedia musical, fue recibida por la crítica muy tibiamente, y por el público, todavía peor. Entre otras cosas, esto ocurrió porque meses antes de su estreno se filtró a internet una copia de la cinta y los piratas hicieron su agosto con ella. Y por otro lado, esto pasó porque la Señora Trevi genera un torbellino de ímpetus encontrados, y hay mucho resentimiento hacia ella. Por un lado, están los que la consideran una víctima, que creen que la culpa de todo la tuvo Sergio, por ser un adulto que sabía que lo que estaba haciendo era un delito y porque era un loco pervertido. Y en el otro extremo, están los que creen que ella fue tan responsable como él, que era una depravada, que como era mayor de edad no se merecía el perdón del público, que todavía debería estar encerrada por lenona y que cantaba de la fregada.
El día de ayer no tenía mucho que hacer y mientras empezaba este texto, escuché los programas de Jorge Poza y de Maxine Woodside, en los cuales, debido a la noticia que la peli ganó mejor actriz en el Ariel y Las elegidas, la mejor cinta, comentaron acerca de Gloria. Poza pensaba que el filme merecía más reconocimientos, por ser uno de los mejores hechos en los últimos años, mientras Maxine, comentó que le parecía que no merecía ni siquiera estar nominada, porque aunque era buena, no era para tanto y ensalzaba a la cantante. Cuestión de perspectivas. Lo cierto es que a fin de cuentas, y tratando de dejar favoritismos a un lado, hay que reconocer que es un tour de forcé de todos los participantes; de un director primerizo, de una inspiradísima Sofía Espinosa como la Trevi, que por momentos nos hace creer que es ella reencarnada, un correcto Marco Pérez, que según contó, entró al proyecto dos semanas antes de empezar a rodar y por supuesto, un buen guión de Sabina Berman, en uno de sus mejores trabajos para cine. Y si bien no se puede justificar los sucesos que describen, no por eso se va a negar que estamos ante una de las películas más redondas que ha dado la cinematografía nacional de los últimos años.
Reflexionando un poco, el que tanto Las elegidas, como Gloria, hayan triunfado en los Arieles, no sólo es un buen pretexto para unirlas en este programa doble, sino que, vistas de cerca, son dos partes de una misma fotografía de la realidad mexicana. La obra de David Pablos muestra la parte sórdida y prohibida, mientras la de Christian Keller es el pedacito brillante, luminoso, que atrae y es incluso consensuado. Al final, son el retrato de la manera en que nuestra sociedad ve a la mujer, un mural nada halagador de la hipocresía en la que vivimos.