La bruja (The Witch)
E.U.,
2015.
Guion:
Robert Eggers.
Fotografía:
Jarin Blaschke.
Intérpretes:
Anya Taylor-Joy, Ralph Ineson, Kate Dickie, entre otros.
Duración: 90 minutos.
Debo de ser honesto en esto: El cine de terror no es mi especialidad.
En algún momento de mi juventud me sumergí en los cineclubes y videoclubes,
buscando basura de alta calidad, así como obras de arte que usaban los
vericuetos del miedo para expresarse, pero desde hace mucho me alejé de este
como la plaga. El motivo fue que lo que antes era cine clase Z, de la peor
explotación posible, se transformó de pronto en cine comercial de lo más chafa
del mundo. Recuerdo que una de las últimas veces que vi una de estas cintas fue
la muy decepcionante La maldición (The Haunting, Jan de Bont, 1999),
que era tan chafa que no me quedaron ganas de ver algo más. El proyecto de la bruja de Blair (The
Blair Witch Project, Eduardo
Sánchez, 1999), no me pareció más que original en su narrativa, pero quizá se
debió a que antes de esta, yo había pernoctado viendo desde Freaks (Tod
Browning, 1932), hasta Masacre en cadena
(The Texas Chain Saw Massacre, Tobe
Hooper, 1974), pasando por El regreso de los tomates asesinos (Return of the Killer Tomatoes!, John De
Bello, 1988), hasta cosas más bizarre,
como Resurrección satánica (Re-Animator, Stuart Gordon, 1985). Pero de alguna
manera, Hollywood absorbió los litros de sangre y vísceras falsas, y las
convirtió en carretadas de dinero, usando fórmulas e incluso a los directores
de esas extrañas fantasías oscuras, como George Romero, Tobe Hopper, e incluso
a David Cronenberg, quienes, dicho sea de paso, lograron obras que incluso en
lo comerciales fueron fabulosas, como el remake de La mosca (The Fly,
1987), de Cronenberg. Después vino, obviamente, el j-horror a
refrescarme un poco el gusto, pero después, este también se fue contaminando
con el mayor germen de la inmundicia y la tragedia humana (no estoy hablando de
Agustín Cartens, sino del dinero). Ver La bruja, me revivió la esperanza
en este tipo de filmes.
La historia es
bastante sencilla: En el siglo XVII, una familia de cristianos es segregada de
su comunidad y se va a vivir al bosque donde desaparece su hijo más pequeño. A
partir de ese suceso, comienzan a ocurrir cosas sobrenaturales. Nada que no se
haya visto hasta en el melodrama. Ahora bien, esa es la superficie, en el fondo
hay mucho más. Bastantes críticos han encontrado en ella reflexiones profundas
sobre la religión, de la familia como origen de todos los males, de la
condición de la mujer, etc. Y sí, todos ellos tienen razón. Pero algo que me
encantó de La bruja, es todo esto y más.
Cuando iba a
exhibirse en el festival Morbido, por alguna extraña causa no se presentó. Dicen
que quizá fue porque es demasiado lenta para los estándares del cine de miedo
actual, además que las brujas han estado, últimamente, ligadas más hacia la
comedia o las cintas infantiles. Así que esto generó un morbo tremendo, que mea
culpa, hasta yo sufrí. Ahora que tuve oportunidad de verla, me percaté que
efectivamente, es una cinta contemplativa, lenta, que se toma su tiempo para
desmenuzar discretamente a los personajes, representados por histriones,
henchidos todos en sus respectivos papeles hasta el tuétano. Cada fotograma
parece una pintura renacentista de Velazquez o Goya. Por momentos el filme
recuerda esas atmósferas opresivas usadas por Ken Rusell en Los demonios
(The Devils, 1971) o Nicolás
Echeverría en Cabeza de vaca (1991).
Incluso, a veces remite a Andrei Tarkovsky. Y eso es lo más interesante de esta brillante producción: No estamos
frente a una cinta de terror, sino una que lo usa como herramienta. La bruja, es, ante todo, una obra de
autor.
En
ella se hayan demasiados temas y tópicos como para centrarse en uno sólo, pero
la intención principal de la ópera prima de Robert Eggers es hablar sobre la
ignorancia y los males que se desprenden de esta: El fanatismo religioso, la
intolerancia, el crimen. Cada personaje tiene sus propios demonios que se
carnifican y los destruyen: El orgullo, la lujuria, la envidia, la
intolerancia, la mentira, cada pecado capital está presente en ellos. La bruja
es el resultado de la indiferencia, de la ignominia, del silencio de Dios, ese
ser que está presente como palabra en toda la cinta pero que nunca escucha los
ruegos de los protagonistas.
Como
demostraron los grandes auteurs del
cine de antaño, (Murnau, Browning, Wiene, Dreyer) e incluso otros más
contemporáneos (Rusell, Polanski, Coppola, Scorcese, Lynch), el cine es una
lupa que amplifica las pasiones y perversiones propias del ser humano. David
Cronenberg, en su cine, nos enseñó que el mayor de los horrores está dentro del
mismo ser. Y eso es lo que demuestra la ópera prima de Eggers, una obra
personal y a veces un tanto hermética, que va más allá de las pelis con las que
comparte su género. Un trabajo que no utiliza efectismos baratos, en los que no
existen los sustos fáciles, que no utiliza efectos digitales complicados, ni
plastas exageradas de maquillaje. La
bruja espanta no por sus demonios o sus símbolos (que en otro contexto,
podrían parecer viejos y anacrónicos clichés),
sino porque al final del día, la misma sociedad, la familia, la ignorancia y la
intolerancia religiosa, son la verdadera fuente del mal, los monstruos que
conducen a una persona a transformarse en una bruja.